#LaPalabraPrecisa

#207

27/04/2018

 

Vivan las gordas

Antonio Dal Masetto

 

 

En el bar, paciente, el hombre soporta las agrias acusaciones de los otros dos: Julio y Roberto. Los conoce desde hace muchos años, los ha visto andar juntos de un lado al otro, casi con los mismos conflictos que una buena y tradicional pareja, las mismas infidelidades y naturalmente la misma rivalidad. Los vio aliarse en empresas absurdas, romper relaciones, reconciliarse. Pero nunca, pese a la cercanía, se había visto implicado.

Ahora están los tres frente a sus respectivos cafés y el clima no tiene nada de amigable. La historia empezó hace exactamente sesenta días, en el mismo bar. Cruzando la calle, un poco oculta por el quiosco de diarios, se distingue la vidriera de un negocio de alimentos dietéticos. Es probable que esa presencia, además del desfilar de cierta clientela, haya sugerido el carácter peculiar del desafío. Julio y Roberto instituyeron esa tarde una nueva contienda, aparentemente nada original: mujeres. Dos meses para demostrar quién era el mejor. Pero esta vez —ahí estaba la cuestión— no se trataría de mayor o menor cantidad de piezas capturadas. La empresa implicaba una matemática más curiosa: kilos. En pocas palabras y como entonces aclarara Roberto:

—A ver quién de los dos, en el término de sesenta días, acumula más kilos.

Pese a que intentó negarse heroicamente, el hombre fue elegido como juez. Logró imponer una condición: en todos los casos los contendientes llevarían las presas hasta su barrio, el Bajo, y ahí se realizaría también el pesaje correspondiente. Lugares estratégicos: bar de la esquina de su casa y farmacia de la otra cuadra. Como cualquier cristiano, ambos rivales dedujeron rápidamente que las más rendidoras serían las señoras y las señoritas gordas. Cuanto más gordas mejor. Aquel mismo día se lanzaron frenéticamente a conquistar kilos.

Esta tarde, el plazo ya vencido, a la hora de los números definitivos, mientras sigue aguantando con cierta incredulidad las recriminaciones, el hombre recuerda los llamados telefónicos, las horas insólitas, las esperas. En una oportunidad Julio lo despertó a las siete de la mañana:

—Estoy en el bar, acompañado, vení.

Y después, vestirse, bajar, aguantar hasta las ocho que abriera la farmacia, seguirlos, controlar el pesaje, las miradas disimuladas hacia la aguja de la balanza, el registro en la libreta y en la columna correspondiente. Los dos demostraron ser expertos en el negocio, así que fueron sumando puntos aceleradamente. De todos modos, la verdadera dificultad no residía en la conquista, sino en llevar a la mujer de turno a la balanza. Lo que el hombre nunca pudo averiguar fueron los argumentos utilizados por cada uno. Pese a sus indagaciones, ni Julio ni Roberto largaron prenda y sus habilidades continuaron siendo secreto profesional. Hubo algunas oportunidades —no muchas, tres, cuatro—, en que la última parte del compromiso no se pudo llevar a cabo y esos casos significaron, lamentablemente, kilos perdidos. Así se había establecido de entrada y así se respetó.

Las dos semanas finales fueron alucinantes. Afiebrados, Julio y Roberto encabezaron alternadamente la tabla. Aunque llevaban su propia contabilidad, lo llamaban después de cada operación:

—¿Cuánto voy sumando?

—Tres toneladas doscientos cuarenta y cinco.

—¿Y Julio?

—Tres toneladas cuatrocientos cincuenta.

—¿Justo?

—Cifra redonda.

Todo se arruinó el último día. Roberto había cobrado una nueva pieza, hizo el llamado correspondiente y el hombre, más que harto de la historieta, bajó al bar para verificar. La gordita era un ejemplar de primera. Con ella, Roberto —que venía con una leve desventaja — pasaría al frente y se aseguraría el triunfo. Se levantó como para ir al baño, pasó junto al hombre y susurró:

—La cosa está un poco dura, vamos a caminar unas cuadras, seguinos de cerca, en cualquier momento la peso.

Así hicieron. Empezó un lento peregrinaje por las calles céntricas, los dos allá adelante y el hombre atrás con la libreta y la birome preparadas. A la hora y media, después de pasar frente a seis farmacias, cansado, dio media vuelta y regresó a su casa.

Esa deserción es justamente el origen del problema que esta tarde, en el bar, oscurece los semblantes de los tres. El hombre expone sus razones:

—Una hora y media me pareció más que suficiente.

Roberto no acepta excusas:

—Con esos kilos yo ganaba, hubieses esperado un poco más, cuando por fin la convencí de entrar en una farmacia me di vuelta, y ya no estabas, me perjudicaste.

Curiosamente, también Julio (ganador por una diferencia de 65 kilos) le reprocha su falta de responsabilidad:

—Por supuesto que uno compite para ganar, pero yo soy partidario de las cosas justas, ahora siempre quedará la duda de quién es el verdadero triunfador y, lo que es más grave, estuviste a punto de crear una situación violenta entre nosotros dos, nos viniste a fallar el último día.

La indignación es real y el hombre no sabe si callar o insultarlos. De todos modos, no le dan muchas oportunidades de hablar. Definitivamente aliados contra él, Julio y Roberto terminan levantándose y partiendo juntos, después de un frío saludo de despedida. Y es así como, a causa de una simpática gordita demasiado reticente en pisar una balanza, se quebró esta tarde, por lo menos momentáneamente, una larga y elaborada amistad.

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Antonio Dal Masetto nació en Intra, Italia, en 1938, de padres obreros campesinos. Su familia emigró a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial y se radicó en Salto, provincia de Buenos Aires. Allí aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. En su juventud ejerció oficios tan diversos como los de pintor de paredes, vendedor ambulante, heladero, empleado público y obrero en fábricas. Lacre, su primer libro de cuentos, mereció en 1964 la primera mención en el concurso Casa de las Américas de La Habana. Fue distinguido con el Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires (por Fuego a discreción, novela, en 1983, y por Ni perros ni gatos, cuentos, en 1987); el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII por Oscuramente fuerte es la vida, novela; el Premio Planeta Biblioteca del Sur y la beca Fundación Antorchas por La tierra incomparable, novela; y el Premio Konex. También ha publicado Siete de oro, Siempre es difícil volver a casa, Amores (con ilustraciones de Luis Pollini), Gente del Bajo, Demasiado cerca desaparece, Hay unos tipos abajo, Bosque, El padre y otras historias, Crónicas argentinas, Tres genias en la magnolia, Señores más señoras, Sacrificios en días santos, La culpa, Cita en el Lago Maggiore, Imitación de la fábula y Crónica de un caminante. Sus novelas Hay unos tipos abajo y Siempre es difícil volver a casa fueron llevadas al cine. Durante años colaboró asiduamente con el periódico Página/12. Su obra ha sido traducida a diferentes idiomas. Murió en noviembre de 2015.

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