#LaPalabraPrecisa

#334

02/10/2020

 

Un árbitro ejemplar

Martin Kobse


Todavía estudiaba periodismo cuando empecé a hacer prácticas en el diario. No me pagaban, pero me sentía orgulloso con solo ver mis notas publicadas. Edelmiro De Ángelis fue el periodista que me eligió entre decenas de aspirantes, después de leer algunos de mis trabajos en la Facultad.

Comencé publicando las denominadas notas de color: recuerdos de una directora de biblioteca jubilada, la evocación de una carrera de autos de la que participaron los hermanos Gálvez, o la transcripción de una clase de literatura inglesa que Borges había dictado en la Universidad Católica en los ´60. Hasta que De Ángelis, conforme con mis producciones, me dijo que había llegado el momento de un desafío mayor: una entrevista que muchos periodistas desearon realizar.

El protagonista, el hombre a entrevistar, era Manuel Luna, un árbitro de fútbol que actuó en partidos de la liga local entre los ´50 y los ´70. Habían pasado casi veinte años desde su último partido y ningún periodista había conseguido entrevistarlo sobre el episodio convertido en leyenda. Inclusive, contaba De Ángelis, periodistas de Buenos Aires que viajaron para reportearlo también habían fracasado. Ya hacía tiempo que nadie lo intentaba; me motivó que De Ángelis pensara en mí para ese desafío, aunque, sinceramente, esperaba un desenlace distinto para mi primera nota importante en el periodismo.

Sabía, como todos, que a Luna le ofrecieron el dinero que precisaba para la operación de su esposa a cambio de que el domingo siguiente permitiera la victoria del equipo que marchaba escolta en la liga local. Eran tiempos en los que los clubes de la ciudad pagaban bien a sus jugadores y el campeón clasificaba a un torneo nacional del que participaban los mejores equipos del país. Ese domingo, Luna dirigió el partido con la ecuanimidad que lo distinguía. Todos los medios elogiaron el  arbitraje; su labor no dejó lugar para reclamos ni suspicacias. Ganó el equipo que marchaba líder que, con esa victoria, se encaminó sin problemas a la obtención del campeonato de la liga local.

A los pocos días de que trascendiera la muerte de la esposa de Luna -internada en el hospital público de la ciudad, sin recursos para ser trasladada a un sanatorio de Buenos Aires donde, tal vez, podría haberse salvado-, directivos y futbolistas del club que intentara sobornarlo hicieron conocer que el árbitro había rechazado el dinero. La misma suma que necesitaba para tratar a su esposa en Buenos Aires. Se habló de que esos directivos y futbolistas no soportaron el peso de su conciencia; también, de que en ese club se había producido una escisión en la comisión directiva y que hacía varios meses que los futbolistas no cobraban sus sueldos.

Desde entonces, Manuel Luna fue el protagonista de una novela dramática, basada en la decencia y el renunciamiento. Luna, sin duda, era un ejemplo de integridad moral. Empleado de limpieza de la municipalidad, el ex árbitro vivía en una casa con techo de chapa en el barrio Las Avenidas, a metros de la plaza y la iglesia. La primera tarde que fui a verlo, los vecinos me advirtieron que a Don Luna no le gustaba recibir visitas de desconocidos. Esperé varias horas en la vereda hasta que salió con una bolsa de basura. Me escuchó sin mirarme ni prestarme atención, como si fuera sordo. La situación, más o menos similar, se repitió durante una semana. Hasta que Don Luna, finalmente, me invitó a pasar.

-Mire… voy a ser claro: dígales a los de su diario que quiero mil pesos para dar la nota.

Después de salir del asombro, no con poca dificultad, procuré decirle que era contradictorio pedir dinero para contar una historia de ética, de principios, que se destacaba porque él había rechazado la plata que necesitaba.

-Me importa un carajo- contestó-. Fui un boludo. Mis principios pesaron más que la vida de mi mujer. Después de eso, se puede esperar cualquier cosa de mí.

Con mucho disimulo, alcancé a encender el grabador que llevaba en el bolsillo del saco y, con el pretexto de no haber entendido bien, le pedí que repitiera lo dicho. Luna lo hizo, casi con las mismas palabras.

Cuando llegué al diario y le conté lo ocurrido a De Ángelis, fui consciente de tener una gran historia para contar. Estaba decidido a escribirla. Sin embargo, el experimentado periodista me palmeó la espalda y me dijo que la historia era aquella, contada por su protagonista, por primera vez, con fotos actuales y otras de archivo.

Me felicitó y dijo que a partir de entonces él se ocuparía de la entrevista. Me encomendó discreción y me aseguró que, desde el mes siguiente, tendría mi lugar en la redacción. Pasé años pensando en ese hombre que resignó la vida de su mujer para no convertirse en un corrupto, sin poder superarlo.

 

Martín Kobse nació en Chivilcoy, aunque vive en Mar del Plata desde niño. Es periodista y locutor; actualmente cursa un posgrado en Docencia Universitaria. Sus cuentos han sido publicados en antologías, diarios y revistas.

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