#LaPalabraPrecisa

#349

15/1/2021

 

El cenicero

Emilia Vidal


La sobremesa se dilata cuando sacan el orujo y unos copitos de chocolate caseros. Rafa se arma un cigarrillo y les pregunta a sus hermanos por el cenicero del Falcon, si se acuerdan de ese viaje a Traslasierra con Clara.

Javi sacude la cabeza, no sabe qué pasó con el cenicero y del viaje poco y nada. Una de sus hijas le tironea el brazo, lo prometiste, dijiste que ibas a jugar. Javi le dice que espere, está hablando con los tíos, después va. Memo sonríe y dice que sí, claro, cómo no se va a acordar, si el cenicero no apareció.

Clara juega con el tenedor, revuelve los fideos del plato sin probar bocado. Mamá, comé, le dice Javi en el mismo tono que usa con sus hijas. Ella levanta una albóndiga, la mira  por un par de segundos y la sacude al suelo. Junta otra y luego otra, todas van a parar al suelo. Cuando ya no quedan más albóndigas en el plato, retoma el juego con el tenedor; y sus hijos la charla sobre el cenicero.

Esas fueron las últimas vacaciones juntos, les dice Rafa. Mientras enrolla el tabaco, captura de soslayo la cara de su madre y sus ojos de algas flotantes que antes se incendiaban cuando la llamaban Clara.

Memo dice que se acuerda nítido, los había sacado de la cama a los empujones, las mochilas estaban preparadas, los sánguches en la heladera. Faltaba cargar el agua para el mate y pasar por el baño. El padre venía durmiendo hacía días en el garaje, no hablaban de eso pero todos sabían que se quedaba.

Ella manejaba con la izquierda y con la otra fumaba un Jockey tras otro. Rafa iba en el asiento del acompañante, había cumplido catorce esa semana.

—Clara, ¡queremos pis! —gritó Memo, desde el asiento de atrás.

— ¿Clara?, ¿Clara me decís? Cortala con eso. ¡Mamá! Soy tu mamá.

—Pero no me aguanto, Javi también quiere.

— ¿Sabés que va a pasar chiquito?, si no me decís mamá, te vas a pillar encima o se te va a reventar la vejiga. Y te aviso que te vas a quedar meado hasta que lleguemos, eso es mucho tiempo, ¿sabés?

Clara evaluó por el espejo retrovisor las caras de sus hijos y siguió.

—Por si no lo saben, tengo tres atados más en la guantera y puedo manejar de corrido las quince horas que faltan —los amenazó sacudiendo la mano derecha, la del cigarrillo permanente, por el espejo.

Ante la falta de respuesta de los hijos que iban atrás, se dirigió a su hijo mayor.

— Rafa, hacé algo para variar y vaciame el cenicero.

Clara desajustó el cenicero del panel frontal del coche y se lo alcanzó a su hijo. Hizo todo el movimiento con la misma mano derecha, sin siquiera desviar el ángulo del cigarrillo o tirar una ceniza afuera. Rafa lo recibió y se apresuró a bajar el vidrio.

En el momento en que asomó el cenicero por la ventanilla pasaron dos cosas. Primero, el viento sopló hacia el interior del coche y una parte de ese montículo de cenizas y colillas se levantó como una nube adentro. Segundo, y tal vez peor que lo primero, cuando giró el cenicero para volcarlo, se le escapó de las manos.

Clara largó una puteada entrecortada por la tos de las cenizas. Rafa dejó la mano afuera y la cabeza vuelta hacia el pastizal, los mimbres, el cielo. Memo lo vio perder el cenicero y pensó: qué boludo, ahora la ligamos todos.

— ¿Y? —le preguntó Clara que empezaba a impacientarse, la ceniza del cigarrillo de turno superaba el centímetro. Su atención se dividía entre la ruta que tenía enfrente, el cigarrillo y la nuca del hijo mayor que seguía con la mano afuera de la ventanilla.

— ¡¿Ya?! Rafa, ¿ya?

—Se me cayó ma —le contestó la nuca de Rafa que seguía sin voltear la cabeza.

— ¿Qué?

—El cenicero, ma, se me cayó.

— ¡La puta madre!, ¡carajo!

Clara cebó el freno, viró y se estacionó en medio del pastizal que bordeaba la ruta en ese tramo. Hizo un paréntesis con la mirada clavada en el volante antes de bajarse del coche de un portazo y apagar el cigarrillo con rabia, machacando el pasto con la suela. Caminó unos metros hacia atrás, fue y volvió un par de veces, parecía seguir el rastro de un bicho que se movía. En un momento se detuvo en seco y levantó la vista hacia el Falcon.

Sus hijos la miraban desde la luneta, los ojos grandes, las caras de yeso. Nunca les había puesto la mano encima y ella no entendía porqué le tenían tanto miedo. No todos, no. A Memo le gustaba tirar un poquito más de la soga cuando la cosa se ponía tensa. Típico de los hijos del medio.

— ¡Eh!, ¡bajen che! Hay que buscar el cenicero.

Las puertas del Falcon se abrieron de inmediato y salieron como eyectados, los tres al mismo tiempo. No sabían muy bien qué hacer o qué esperaba ella que hicieran. Se pusieron a mirar a un lado y al otro en dirección al suelo.

—Chicos, ¿de verdad?, ¿les parece que lo van a encontrar ahí? Decime Rafa, ¿no se te cayó hace unos metros? —preguntó. — ¡Allá chicos! Allá hay que buscar —agregó sin esperar respuesta alguna y les señaló la dirección con los dedos índice y mayor que ya sostenían otro cigarrillo encendido.

Clara salió llevando la delantera y sus hijos la siguieron detrás, imitando su postura y movimientos. Caminaron, alguno se mojó las zapatillas, los pincharon los cardos y los amenazó un tero. Estuvieron un rato largo buscando el cenicero del Falcon familiar.

Modelo 91, uno de los últimos que se hicieron en el país, aclara Memo con el índice levantado.

Con o sin cenicero, después del divorcio se lo vendieron a los gitanos de la avenida Jara. Memo insiste en que no apareció pero ya nadie lo escucha. Clara sigue con el tenedor y gesticula como si mantuviese una conversación con los fideos. Javi está abducido por el griterío de sus hijas que acaban de atrapar un grillo y Rafa se aleja para fumar.

 

 

 

Emilia Vidal nació en Mar del Plata, en 1979. Es licenciada en Ciencias Biológicas.

Algunos de sus poemas y relatos fueron premiados y/o seleccionados como finalistas en concursos literarios (Conurbana Cult 2016, N° 23 de revista Boca de Sapo 2017, Biblioteca Popular Babel 2017, Ciclo de Lecturas De amor locura y muerte 2017, Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro 2018 y convocatoria de Una Brecha “Cuentos a la calle” 2018). En 2018 publicó el poemario Algunos Absolutos Medibles.

Su libro La desnudez de los huesos se encuentra próximo a ser publicado con la editorial Azul Francia.

 

Declaración jurada

Yo, Emilia Vidal, con DNI 27.130.250 y domicilio en la calle Olazábal 326 de la ciudad de Mar del Plata, declaro bajo juramento que la obra “Peces remo” es un texto inédito que no ha sido premiado en ningún concurso literario ni está a la espera de algún otro fallo.

 

 

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