#LaPalabraPrecisa

#355

26/02/2021

 

Que escriba de las vacaciones de verano…

Adriana Petrigliano


La mujer fue anotando con letra prolija y redondita, en el cuaderno de tapa con palmeras y de hojas rayadas:

“Vacaciones de verano”…como las de ese cuento donde guardan el bebé en la heladera…no, así no.

“Vacaciones de verano”  como en las películas de antes, la chica a orillas del río, el chico nadando, y el beso que llega mojándolos…no, así no.

“Vacaciones de verano”  con un mar de fondo, una terraza, copas con algo rojo y ella que llega, vestida de gasas que se vuelan…así tampoco.

Vacaciones de verano, con olor a espirales para los mosquitos, y olor a fruta y ruido del turbo que no dejaba dormir…no. Aunque esas fueran las reales.

Las vacaciones de verano eran más parecidas a ver una chica flaquita, acostada en el piso rojo y frío del comedor, leyendo una revista donde sí se veían chicas parecidas  a las de las películas, porque eran las chicas de las películas. Eran las revistas que la vecina  le  prestaba.

Y qué voy a decir, pensó la mujer.  ¿Que las vacaciones olían a jazmines? ¿Que el cielo era claro en aquel patio y que mi perro era el compañero de mirar ese cielo y ver pasar los aviones?

¿Que las vacaciones de verano eran la maravilla de estar lejos de esas monjas que nada sabían del verano y que se metían, aunque sudaran mares, en esos hábitos horribles?

Las vacaciones de verano, en realidad, fueron otras. Fueron aquellas que la trajeron hasta acá. Esto le pareció mejor a la mujer.

Y se acordó de detalles viejos: un micro extraño, donde se podían abrir las ventanillas, la gente fumaba, paraba dos horas para cenar y otras dos horas para almorzar. Y así dejaba Buenos Aires atrás,  Córdoba, y entraba en lo que para ella era casi el Páramo de ese Pedro (el libro que  había terminado de leer tirada en el piso rojo del comedor) pero que era La Rioja.

La mujer dejó la birome, miró por la ventana. Un cerro  azul, imponente, abarcaba todo el horizonte.

Se recortaba contra la noche, que era clara, siempre.

Vacaciones de verano.

Tenía que anotar, eso le había dicho el doctor. Que no se acordaba si era neurólogo o psiquiatra. O quizá era dermatólogo, a esta altura qué iba a saber.

Le dijo que recordara sus vacaciones de verano. Que anotara detalles.

Le dijo que anotara el ruido del mar, y la sensación de pisar la arena, le dijo que escuchara el canto de los pájaros (este doctor... era un romántico o un ridículo…)

Ella hizo un gran esfuerzo y volvió con la birome: escuchaba un ruido lejano, como de coyoyos, y sentía el ruido del turbo que agitaba el aire quieto de los 45 º a las diez de la noche.

Sentía en los pies el frío de los mosaicos, los sonidos que llegaban de la calle, porque las ventanas estaban abiertas de par en par.

Mientras escribía, la mujer se dio cuenta de la rapidez con que había pasado todo.  Y del poco tiempo que le quedaba. Y de cómo ya no podía sentarse en el piso, rojo o de otro color, y leer esas revistas.

Oía  el ruido de los muebles que crujían como insectos. Y era verano. Y era tiempo de vacaciones.

La mujer entonces se acordó de un colchón tirado en el piso, en una casa pequeña, y de cómo miraba desde el suelo las sombras de las noches de verano, que siempre, no sabe por qué, eran claras…

Que recuerde las vacaciones de verano. Que anote los detalles. Bueno, acá estarían los detalles:

olor a menta, calles oscuras, patio de baldosas amarillas, sin un solo árbol que aplaque esos 45º que seguían, a lo lejos una musiquita, que se mete por la ventana siempre abierta, a lo lejos un cerro azul, y a veces, ir hasta ese cerro azul  (ahora que lo piensa, qué pocas veces fue al cerro esos verano) y reírse, y saber que toda la hilera de sus dientes es parejita, y saber que puede agitar los pies y mojarlos, y casi casi que se parece a eso de la chica y el chico en el río…y vuelve a sentir ese olor a menta que ella cree tienen todos los veranos…

Los detalles, le dijo el doctor.

Ah…. ¿Cómo se llamaba? No el doctor, eso sabe que ni lo sabe…El chico. Ese que ella miraba y mojaba con agûita del canal.

Ese detalle no lo puede recordar.

Pero igual qué va a saber ese doctor. Además no cree que lea estas pavadas de vieja. Lo hace para entretenerme. ¡Mirá si esto me va a entretener!

Quiere acordarse de otro verano. Pero este ya se le complica.

Se la pasó vomitando. Y discutiendo…hasta que él pegó el portazo.

O de ese otro, cuando era más chica y estaba ese abuelo…

De ese verano no se quiere acordar y por más que haga esfuerzos, tiene un solo detalle que ni piensa anotar en el cuaderno de tapa de palmeras y hojas rayadas.

Porque ya decidió  que no le  va a contar  nada a este doctor que tanto jode con el verano y las vacaciones y los detalles…

Arranca las hojas del cuaderno. Y también las de las revistas que le presta la vieja del otro cuarto (como cuando era chica, siempre le prestan revistas, piensa).

Las dobla despacito.

Son varias, pero son duras, porque el cuaderno de las palmeras es de buena calidad, se lo trajo un día uno de los hijos, y también (ella piensa que está adiestrado por el doctor) le dijo para que escribas mamá, a vos que te gusta…)

Las hojas de las revistas son más blanditas piensa…eligió las propagandas: la del bronceador, la de un crucero por el Mediterráneo, la de mallas y una de la Pelopincho que encontró casi de casualidad.

Dobla las hojas lo más que puede, hasta que quedan pequeños cuadraditos, y donde no se puede leer nada de lo que escribió o de lo que ofrecen…

Una amiga, un día le dijo que ella estaba así por tragarse todo. Por no decirlo. Por no gritarlo. O por lo menos escribirlo…Igualita que el doctor la amiga.

Y bueno, ya está, lo escribió.

Pero como no sabe hacerlo de otra forma, abre la boca y se va tragando cada uno de los cuadraditos, y con los cuadraditos, se traga el piso rojo las revistas los chicos que se besan la luna que entra los 45º el cerro el agûita del canal el mar que veía siempre en la tele y no pudo tocar nunca  las sombrillas en playas de revistas y las mujeres bronceadas las risas de los chicos alrededor de una pelopincho el portazo un día de febrero la mano del abuelo en los lugares donde un abuelo no puede poner las manos la cara de las monjas sudando sudando a mares que no son azules ni hermosos y huelen a sudor de monja rancios sudores…

 

Al otro día, la enfermera le dijo que se dejara de hacer tanto lío con cuadernos y papelitos, y que hiciera caso de una vez, que mire, mire, qué manera de vomitar por comer lo que no debe…y dar trabajo y que ya era grande para hacer cosas de chicos y… todo lo que había que trabajar por caprichos de vieja…

El otro doctor que vino fue más bueno que la enfermera.

Y le dijo que no se tragara las cosas, que escribiera. Y le dejó un cuaderno de tapas duras con flores y hojas rayadas. Y que escriba, que escriba cosas lindas del verano…mire, mire qué lindo día hace afuera.

 

 


Buenos Aires, 1956). Poeta, narradora y susurradora de poesía. Coordinadora del Taller de Creación literaria “Los Imagineros”. Creadora de los Ciclos “Nada que ver con otra historia”, “Decires y Cantares”

Creadora de las Colecciones “Los papeles que nunca nos unieron”, “Tengo poco por decir”, “La breve Palabra alucinada”, “Contra el viento”, “Huayrapuca”, entre otros.

Creadora de los Concursos literarios “Cuentos perturbados”,  “El pueblo ya sabe de qué se trata”, “Te cuento la Chaya”, entre otros.

Libros publicados:

-Los días de octubre

-Poemas para la tarde de otro siglo

-Cebollas en Juliana

-Papelitos para Pedro

-Los días sobre mí

.Poemas de otra

 

1º Premio concurso de Cuentos FERIA DEL LIBRO LA RIOJA  2008

1º Premio Concurso de Cuentos FERIA DEL LIBRO LA RIOJA  2016

3º Premio Concurso  de Cuentos FERIA DEL LIBRO LA RIOJA  2017

Finalista del Concurso  “JOVELLANOS” EL MEJOR POEMA DEL MUNDO, España 2016

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